Si vienes sin mucho tiempo, permíteme que te recomiende:
Ni tanto y Autobiografías Son los que más me gustan.
Además hay una pequeña serie que me entretiene bastante: Relatos del General
Por último, te invito a seguir el juego, si quieres como un comentario, si quieres en otro lugar: Despertares
Varias personas me han comentado que sus preferidos son:
Ultimas voluntades y Personajes Históricos V que, por cierto, a medida que me alejo de éste último me va gustando más.
Y si has llegado hasta aquí buscando nanorrelatos sólo porque el nombre del blog es NANORRELATOS, te dejo aquí algunos reunidos: Nanorrelatos

jueves, 31 de marzo de 2011

Causalidades

Jaime, ya ves que pasa si das ideas.

Su proyecto artístico consistía en vendarse los ojos y disparar la cámara al azar.
Hubo unanimidad en las críticas de su exposición Una visión de la oscuridad: que el fotógrafo no participara en la imagen hacía interesante aquella colección de fotografía denuncia.

lunes, 28 de marzo de 2011

El discurso del verdugo.

Sois todos iguales. Ni uno de vosotros se salva. Podéis ser más bajos o más altos, más o menos gordos. Igual alguno tiene el pelo un poco más largo, los ojos más claros o una pequeña marca de nacimiento, pero, en el fondo, si os colocara a todos en fila, junto a la pared, y caminara frente a vosotros viendo vuestras malditas caras de cerdo, al final no conseguiría recordar nada de uno solo de vosotros que lo distinguiera del resto. Os guste o no os guste, sois todos iguales.
Y os guste o no tenéis todos el mismo discurso de mierda. Vuestros cerebros están abotargados, conformes con recibir la sopa boba. Os contentáis con los desperdicios que os lanzan. Ninguno de vosotros es capaz de pensar algo distinto a lo que piensan los demás. No utilizáis palabras siquiera, sólo gruñidos. Todos el mismo gruñido adocenado. Puede ser que uno grite más que el resto, pero a fin de cuentas será el mismo grito agudo e insoportable carente de significado.
Y no vais a cambiar. No penséis que sí, porque nada va a cambiar. Antes de ahora han pasado por aquí miles como vosotros, la misma cara, el mismo aspecto, los mismos quejidos antes de enfrentarse a la muerte, los mismos que vosotros lanzaréis en unos minutos. Pero todos morís igual, hasta para eso sois la misma cosa. No cambiáis, nada cambia. Tras la muerte os sigo, os busco, y colgáis de las charcuterías, las mismas patas, los mismos embutidos.
Todos iguales, unos a otros.

domingo, 27 de marzo de 2011

TRES EN UNO

Pongo tres en uno, como si de Bice me tratara :D


I.
El fiscal pidió veinte años de condena, la defensa cien de perdón, ahora debe decidir el juez qué hacer con el robo al Santander.

II.
No pido tu caridad. Reclamo mi justicia.

III.
Se les dice derecha porque están al otro lado del corazón.

sábado, 26 de marzo de 2011

HORAS SIN LUZ

Llovía y yo esperaba el autobús al asubio de la marquesina. Hacía viento también. Entonces apareció él, vestido tan solo con una camiseta y un pantalón, empapado. Se puso a mi lado. Recuerdo el olor, mezcla agria de sudor húmedo aun y colonia fresca del día anterior. Tan cerca se puso. 
Lo miré. 
Llevaba la frente pálida como marfil, transpirada. A veces quiero creer que lo confundí con lluvia pero no, el agua sobre la frente no tiene el mismo brillo, cae de otra manera. En aquel día de lluvia y viento, con frío, él llevaba tan solo una camiseta y sudaba.
Me saludó. 
Tartamudeó un hola. Sus labios dibujaron una sonrisa que en aquel momento me pareció forzada. Ahora sé el porqué, el resto de su cuerpo no sonreía, su espalda, sus brazos. Sus ojos no sonreían. Suplicaban más bien, transmitían miedo. En las noches siento como su mirada vacía me quema sobre los ojos primero, sobre la espalda más tarde. Sobre la espalda porque yo balbuceé una respuesta, tan apagada que no creo que llegara a escucharla siquiera, y después me giré. 
Me giré.
Le di la espalda. Me incomoda hablar con desconocidos, soy introvertido, a veces huraño. Así que me giré y fingí un interés estúpido en el anuncio que ocupaba el parapeto de la marquesina. Leí varias veces las características de un coche familiar cuando no tengo siquiera permiso de conducir. Y, qué ironía, cuando por cuarta vez leía que llevaba de serie sistema ABS ocurrió. Oí un frenazo, un golpe, un chasquido y un grito lejano. Recuerdo toda la sucesión como si fuera una composición, un solo sonido. Sabía lo que había ocurrido y tardé en  volverme.
Me volví.
Entonces lo vi debajo del autobús. El conductor agachado junto a él, la cara de uno a pocos centímetros de la del otro, observándolo como hechizado por la muerte. Un pasajero mirando a los dos en un segundo plano, pidiendo una ambulancia que llegaría tarde. La sangre alcanzando el regato de agua que corre junto a la acera, mezclándose y corriendo como un río a escala, rojo, ante mis pies.


No puedo borrarlo de mi cabeza. Cada noche, desde hace meses, lo intento pero no puedo. En cuanto quedo a oscuras, en las horas sin luz, reproduzco una y otra vez cada segundo. He comenzado a confundir lo que en realidad son recuerdos y lo que he ido inventando. Y de esa manera divago por la escena, equivocando lo que realmente hice, lo que él hizo, con lo que podía haber hecho cualquiera de los dos y como hubiera variado el final de todo. 
A veces me siento culpable, quizá si hubiese prestado más atención habría podido adivinar su propósito, o aunque no, quizá si tan solo le hubiera hablado...
Maldigo mi timidez, mi indiferencia, culpables quizá de su muerte, y asesinas seguro de mi sueño tranquilo.

miércoles, 23 de marzo de 2011

sábado, 19 de marzo de 2011

7000 millones

Me siento solo. Tanto que, bajo la lluvia, sigo descendente el regato que las gotas dejan sobre los cristales hasta alcanzalas. Me gusta mirarlas de cerca e imaginar que el reflejo de mi cara distorsionada es otro que, a su vez, me busca.
Me siento solo. Tanto que me gusta sentarme en la playa y ver a los bañistas caminando hacia el mar y cuando anochece y todos se han ido, me revuelco sobre las huellas de las pisadas que dejaron en la arena.
Me siento solo. Tanto que, a veces, me tropiezo voluntariamente contra otros viandantes para, en el intercambio de disculpas, compartir nuestras soledades.
Me siento solo y, en este mundo abarrotado, cada vez somos más los solitarios.

jueves, 17 de marzo de 2011

Energía nuclear

Todos estabamos en la sala con las libretas abiertas y las grabadoras encendidas, pero nadie hizo preguntas. Salió aquel tipo con cara extraña, con sus tres ojos, con pelo a franjas, respirando por las orejas, puso la boca de la frente junto al micrófono y anunció:
- No existe peligro para la salud, la fuga no es importante.
Y qué querías que preguntáramos, nos dejó sin habla.

jueves, 10 de marzo de 2011

LICANTROPÍA

Comenzó a ponerse nervioso cuando el sol se perdió tras el horizonte. Corrió, saltó, trató de esconderse. Observó con miedo como perdía pelo en sus manos delanteras, como las garras fueron empequeñeciéndose hasta convertirse en uñas perfectamente cortadas y pulidas. Su espalda se fue irguiendo. Caminaría sobre sus patas traseras al final de la metamorfosis. Al día siguiente no recordaría nada desde que su aullido dejó de serlo y se convirtió en un grito afectado.
Un día de cada treinta, durante la luna nueva, se convertía en hombre.
Salió de su cueva y comenzó a recorrer el monte. Depredó todo aquello que se cruzó en su camino. Mató sólo por saciar el ansia de sangre. Torturó a bestias, pero también a sus iguales. No dejó que ningún testigo quedara vivo. Al amanecer, extenuado, volvió a su escondite y durmió hasta avanzada la mañana. Al despertar no entendía el cansancio, la sangre alrededor ni el sabor a muerte en su boca, pero no pudo pensar en ello. La reflexión tampoco era parte de su naturaleza de lobo.

jueves, 3 de marzo de 2011

El aislamiento.

A los padres de Corinne.
A Francisco y Clara.
A tantos que abandonaron su tierra,
que nunca volvieron acá,
que nunca estuvieron allí.
Un nimio homenaje a los que aun piensan en volver un día.



Tenía seis años entonces, lo recuerdo. Mi padre me llamaba Paquito y yo odiaba que lo hiciera. Paquito esto, me decía, Paquito, lo otro. Y lo miraba con rabia y le gritaba: me llamo François. Mis compañeros se burlaban y me decían: "Español Paquito". Y aquel día, tenía seis años, lo recuerdo, en un arranque de rabia me lancé contra él como loco. Le di patadas y puñetazos: "François, llámame François". Él permaneció quieto, mi madre nos separó. Yo salí corriendo a mi habitación, el caminó cansado a la suya. Mi madre quedó en la sala, tierra de nadie.

Tenía veinte años entonces, lo recuerdo. Mi padre me llamaba Francisco y a mi no me gustaba. ¡Qué poco le hubiera costado llamarme François, o al menos Fransuá! Mi padre era un intelectual, un albañil que me pedía que le tradujese a Sartre, Camus, Levi Strauss, Merleau Ponty. Mi padre fue alumno y compañero de Unamuno. Qué te hubiera costado, le grité un día, aprender francés. Tenía veinte años y él salió de nuevo camino de su habitación. El mismo andar cansado. Mi madre y yo nos quedamos en la sala, tierra conquistada.

Tenía treinta y cinco años entonces, lo recuerdo. Mi padre me llamaba Paco y a mí no me importaba. Me daba igual entonces la forma en la que los demás me llamasen, porque ya sabía quién era. En la consulta del médico le eché en cara que si hubiera aprendido francés yo no tendría por qué acompañarle. Tenía treinta y cinco años, lo recuerdo, e hice a mi padre llorar.

Tenía sesenta años ayer, lo recuerdo. Mi padre no me llamaba de ninguna manera. Permanecía sentado y miraba al lugar donde me encontraba pero su mirada me atravesaba como si no estuviera allí. Yo me preguntaba qué verían realmente sus ojos, qué pasaba por su cabeza. Le hablaba de tonterías, de recuerdos de cuando era niño, de cuando vivía mamá, pero dudo que él me escuchara. Las tardes en que iba a visitarle las pasábamos así. Ayer, cuando salía de su habitación mi padre me llamó de nuevo Paquito.
Paquito, me dijo, y yo me sobresalté.
Paquito, me dijo, nunca aprendí francés porque siempre pensaba que mañana volveríamos a España.
Tenía sesenta años, recuerdo, y un nudo en la garganta.

martes, 1 de marzo de 2011

EL CIEMPE (... Y van 100...)

Cuando hago mi entrada cien (o ciento dos),
decido por primera vez (o no),
escribir algo que no sea ficción (o sí).


Mi abuela me contaba que en su pueblo había un limitadito, así lo llamaba, que no dejaba de repetir: si a mí me dieran cien pesetas me compraría cien cocacolas. 
Siempre me pregunté que hubiera hecho si le dieran diez, o mil. 
El Ciempe, le decían.
Parece que el limitadito, así lo llamaba mi abuela, llegó con esfuerzo a ser ejecutivo de no sé qué multinacional, o Consejero de Economía de no sé qué político.
Algo así creo que era.