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jueves, 3 de marzo de 2011

El aislamiento.

A los padres de Corinne.
A Francisco y Clara.
A tantos que abandonaron su tierra,
que nunca volvieron acá,
que nunca estuvieron allí.
Un nimio homenaje a los que aun piensan en volver un día.



Tenía seis años entonces, lo recuerdo. Mi padre me llamaba Paquito y yo odiaba que lo hiciera. Paquito esto, me decía, Paquito, lo otro. Y lo miraba con rabia y le gritaba: me llamo François. Mis compañeros se burlaban y me decían: "Español Paquito". Y aquel día, tenía seis años, lo recuerdo, en un arranque de rabia me lancé contra él como loco. Le di patadas y puñetazos: "François, llámame François". Él permaneció quieto, mi madre nos separó. Yo salí corriendo a mi habitación, el caminó cansado a la suya. Mi madre quedó en la sala, tierra de nadie.

Tenía veinte años entonces, lo recuerdo. Mi padre me llamaba Francisco y a mi no me gustaba. ¡Qué poco le hubiera costado llamarme François, o al menos Fransuá! Mi padre era un intelectual, un albañil que me pedía que le tradujese a Sartre, Camus, Levi Strauss, Merleau Ponty. Mi padre fue alumno y compañero de Unamuno. Qué te hubiera costado, le grité un día, aprender francés. Tenía veinte años y él salió de nuevo camino de su habitación. El mismo andar cansado. Mi madre y yo nos quedamos en la sala, tierra conquistada.

Tenía treinta y cinco años entonces, lo recuerdo. Mi padre me llamaba Paco y a mí no me importaba. Me daba igual entonces la forma en la que los demás me llamasen, porque ya sabía quién era. En la consulta del médico le eché en cara que si hubiera aprendido francés yo no tendría por qué acompañarle. Tenía treinta y cinco años, lo recuerdo, e hice a mi padre llorar.

Tenía sesenta años ayer, lo recuerdo. Mi padre no me llamaba de ninguna manera. Permanecía sentado y miraba al lugar donde me encontraba pero su mirada me atravesaba como si no estuviera allí. Yo me preguntaba qué verían realmente sus ojos, qué pasaba por su cabeza. Le hablaba de tonterías, de recuerdos de cuando era niño, de cuando vivía mamá, pero dudo que él me escuchara. Las tardes en que iba a visitarle las pasábamos así. Ayer, cuando salía de su habitación mi padre me llamó de nuevo Paquito.
Paquito, me dijo, y yo me sobresalté.
Paquito, me dijo, nunca aprendí francés porque siempre pensaba que mañana volveríamos a España.
Tenía sesenta años, recuerdo, y un nudo en la garganta.

10 comentarios:

Pato dijo...

Qué buen relato!

Me hiciste llorar, ni nudo ni nada, lágrimas.

Igual me encantó leerlo.
Saludos.

Luisa Hurtado González dijo...

Absolutamente genial. Me ha gustado, lo he disfrutado y sufrido.
Qué importante es el paso de tiempo, a veces, aunque sólo sea para empezar a comprender.

Unknown dijo...

Me has emocionado Hugo.
Te felicito

bicefalepena dijo...

Es muy bueno esto que has escrito. Habla de tantas cosas con detalles tan sencillos que es muy difícil no emocionarse y no meterse en el pellejo de tantos que han vivido, que viven esta situación.
Lo que une a padre e hijo es también lo que los separa.

Un abrazo.

Marcos dijo...

Buen relato, me alegro de haber "motivado" tu vertiente escritora
saludos Marcos

Pedro Alonso Da Silva dijo...

Un relato contado con la delicadeza y las pinceladas de intimidad necesarias para que remueva emociones del pasado que tenía aparcadas. Muy buena narrativa. Me he emocionado. Un abrazo.

Torcuato dijo...

Te felicito, Hugo. Has hecho que me emocione. Muy buen cuento.
Un abrazo.

Sibreve dijo...

Respuesta general, porque los comentarios sobre este relato me desbordan un poquito:
Muchas gracias a todos por pasaros y decir cosas tan chulas sobre esto que he escrito. Me sorprende despertar tantas emociones y/o sentimientos y/o recuerdos. Es demasiado para quien sólo aspira a sacar una sonrisa de vez en cuando.
Muchas gracias a todos por pasar.

Ambrosius de Königsberg dijo...

Grande, Hugo, muy grande.

Sibreve dijo...

Muchas gracias, Emilio. Viniendo de ti, todo un impulso.
Saludos.