Publicado hoy en el Microrrelatista
El propio párroco se sorprende del porcentaje de feligreses que dejan su billetito al indigente sentado junto a la puerta de la iglesia.
El obispo, congratulado, contempla como las limosnas rebosan el sombrero del hombre.
El alcalde, ufano, se enorgullece de lo elegantes y limpitos que están los pedigüeños desde que él está en la alcaldía.
Sólo el barrendero, que limpia, se acerca lo suficiente para comprobar que el mendigo ha fallecido.
4 comentarios:
Brutal, como te vas acercando al meollo
Abrazo
Caridad cristiana. Miopía, o más bien, ceguera moral.
Muy bueno.
Un abrazo, Hugo.
Anita: Muchas gracias, anita, aunque tampoco soy de los que me acerco demasiado.
Torcuato: Mi abuela ocupa mi cuerpo para decirte que "no hay más ciego que el que no quiere ver"
Patricia: De esos que has dicho, soy al menos cuatro desaparecidos más. Pero mira por donde, que aquí cada vez se ven más mendigos.
Saludos a los tres.
A veces preferimos donar, y apaciguar así nuestra conciencia, que ver, sentir y actuar. Será que con el dolor ajeno corremos el peligro de despertar nuestras propias miserias. Te sigo Hugo.
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