Me llamo Séptimo. Y no sé por qué el siete ha tenido una trascendencia en mi vida que roza lo paranormal, y no me refiero a esas cosas que hacen que el siete sea el número más especial: La semana de siete días, los siete colores del arco iris, los siete pecados capitales, los siete días que dios tardó en crear el universo y descansar, las siete maravillas, las siete tribus de Israel o Blancanieves y sus siete enanitos, y eso por citar sólo siete ejemplos. No, no me refiero a eso. A fin de cuentas, eso es algo general que afecta a todos. Lo mío es algo propio. Me explico:
Nací el siete de julio del setenta y siete, y soy el séptimo de siete hermanos. El parto de mi madre fue el séptimo que atendía el ginecólogo aquel día, y el último, porque llegué al mundo después de una cesárea y me hice esperar un poco más de ocho horas, siete horas y setenta y siete minutos, para ser exactos.
Recuerdo una infancia temprana sin traumas: Asistía a clases en el Alfonso VII, curioso nombre para un colegio. Lo normal es que se llamen Alfonso X, pero esos son colegios de primera y mis padres sólo tenían para un colegio de séptima categoría. Total, que se puede decir que de lunes a viernes me instruían y yo me dejaba instruir, y los fines de semana jugábamos una liguilla de fútbol siete familiar con mis cuarenta y dos primos y mis siete hermanos. Normalmente solíamos quedar los últimos de siete equipos.Después la cosa se complicó. Tras el cierre politizado de Los Siete Astilleros, la empresa en la que trabajaba mi padre, tuvimos que dejar el país y marcharnos a otro donde soplaban mejores vientos, dejamos nuestra pequeña casa de nuestra pequeña ciudad y llegamos a una casa más pequeña en una ciudad mucho más grande, ¡con decir que era la capital del octavo país más poblado del mundo!, y eso antes de que llegáramos nosotros, porque tras nuestro empadronamiento se convirtió en el séptimo. Allí llevé una vida triste. No me habitué a los cambios. Apenas entendía tres palabras de cada diez en mi nuevo idioma. Casi no tenía amigos, los podía contar con los dedos de una mano y dos de la otra. Apenas salía de casa, el clima no lo permitía, llovía todos los días de la semana. Así me fui convirtiendo en un niño huraño, un niño rebelde y arisco.
Este periodo de nuestras vidas se prolongó durante siete años, que a mi me parecieron décadas, hasta que mis padres consideraron que habían llenado la hucha lo suficiente para volver a casa y pensar en un futuro próspero. Recogimos nuestras cosas y retomamos el camino de vuelta. Pero para mí era tarde, con catorce años no sabía si era de aquí o de allá, no pertenecía a ningún lado. Poco después de la vuelta falleció mi padre y yo huí de casa, dejando atrás a mi madre y mis seis hermanos. Me busqué la vida lo mejor que pude, pero no conseguía durar mucho en ningún sitio. Fui principiante en múltiples trabajos: Fui marinero, porque quería surcar los siete mares, ayudante de zapatero remendón en el taller Las siete leguas, dibujante para un diario, en concreto encargado de la sección de los Siete Errores, y como no se me daba mal el dibujo fui aprendiz del dueño de la sala Las Siete Artes, cargué pianos para los clientes de Tienda Armónica las Notas Musicales (do, re, mi, fa, sol, la, si... coño, qué casualidad, también son siete) e incluso me hice pasar durante una temporada por ministro adventista de la Iglesia del Séptimo Día... por cierto ¿habéis notado que son siete los pecados capitales, siete las virtudes teologales, siete los actos sacramentales y siete también las peticiones del Padre Nuestro? Yo tampoco me había dado cuenta hasta entonces.
El séptimo trabajo que ejercí fue como chulo de siete putas. Eso se me daba bien, hasta que me enamoré de la más joven. El amor es dulce, ensoñador, pero muchas veces doloroso. Por culpa del amor estoy como estoy. Yo la saqué de la calle, y no, no quiero medallas, también fui yo quien la metió en eso, pero el caso es que ella me lo pagó engañándome. Bueno, la perdoné, no era tan grave, y yo ya era cornudo con carácter retroactivo. Pero reincidió. Y yo volví a perdonarla, hay cosas peores. Así hasta siete veces. Sí, siete veces me engañó, con siete hombres distintos, y siete veces puede perdonarla. Pero la octava no, la octava fui incapaz. No es que me doliera más o menos que las anteriores veces, es simplemente que acabó con el ritmo de mi vida, así que tuve que matarla.
¿Adivinas el final? Te lo diré en siete palabras: Enajenación mental transitoria, me cayeron siete años.
Si vienes sin mucho tiempo, permíteme que te recomiende:
Ni tanto y Autobiografías Son los que más me gustan.
Además hay una pequeña serie que me entretiene bastante: Relatos del General
Por último, te invito a seguir el juego, si quieres como un comentario, si quieres en otro lugar: Despertares
Varias personas me han comentado que sus preferidos son:
Ultimas voluntades y Personajes Históricos V que, por cierto, a medida que me alejo de éste último me va gustando más.
Y si has llegado hasta aquí buscando nanorrelatos sólo porque el nombre del blog es NANORRELATOS, te dejo aquí algunos reunidos: Nanorrelatos
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4 comentarios:
Genial el siete.
He llegado a obsesionarme con su lectura que se hace al galope.
Me gusto mucho.
Siete abrazos
Muy buen cuento!
La frase final:impecable.
Un beso
Bice: Me alegra que te gustara.
Patricia: Fíjate, Patricia, que más que la frase final me gusta las "casualidades" relacionadas con la Biblia. El cuento este lo escribí hace mucho mucho tiempo, y lo he reescrito en varias ocasiones. Este finde apareció el original en mis manos, y me preguntaba de dónde narices habría sacado yo lo de las siete virtudes teologales o las siete peticiones del padre nuestro, si el domingo cuando lo leí me sorprendió a mí mismo. En fins, que curioso.
Por cierto, que amenazo con corregir alguno más que escribí hace tiempo y colgarlo.
Saludos a ambos, catorce abrazos a repartir :D:D
Me gusta lo que escribes...me gusta...
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