Si vienes sin mucho tiempo, permíteme que te recomiende:
Ni tanto y Autobiografías Son los que más me gustan.
Además hay una pequeña serie que me entretiene bastante: Relatos del General
Por último, te invito a seguir el juego, si quieres como un comentario, si quieres en otro lugar: Despertares
Varias personas me han comentado que sus preferidos son:
Ultimas voluntades y Personajes Históricos V que, por cierto, a medida que me alejo de éste último me va gustando más.
Y si has llegado hasta aquí buscando nanorrelatos sólo porque el nombre del blog es NANORRELATOS, te dejo aquí algunos reunidos: Nanorrelatos

miércoles, 1 de septiembre de 2010

La novela

Sentado en mi butaca, en ésta de imitación de piel, mullida y hecha a mi espalda, trato de acabar la novela que se me resiste. Un clásico, dicen, que lleva en mis manos casi dos meses. Una gran novela, también dicen, que no ha conseguido enredarme en la trama. Por exceso de trabajo, por un par de viajes, por el calor que me distrae, por mil causas, pero también porque algo tiene la historia que no me atrapa y que deja que me adormezca después del trabajo, que salga de viaje sin ella y que el calor me distraiga. Sesenta páginas quedan apenas, que leeré antes de que acabe el día, si algo no ocurre. Determinación, le llamo a eso.

Pero algo ocurre, seguro, si no tampoco lo estaría contando. Y ese algo es que la puerta de la habitación, a la que doy la espalda siempre que leo para evitar que me distraigan, se abre, distrayéndome. Y tras la puerta, mi amante. No la oí entrar en la casa, pero ahora, en medio de la habitación me urge. Mi marido ha salido, me dice, tenemos la tarde para nosotros. Y sin preguntar, sin consultar si yo tengo tiempo para la tarde y para ella, se desnuda. Y con su ropa, cae al suelo aquello que llamaba determinación en el párrafo anterior.
Hacemos el amor léntamente, sobre la butaca mullida, hecha ahora a mi espalda y a su peso. Yo no suelto el libro, el dedo índice separa la página que estaba leyendo, aun pienso acabarlo cuando ella se vaya. Ella suda, su piel desnuda. Yo, a medio desnudar, sudo más aun. Su cuerpo se enreda en el mío como una serpiente a su presa, todo lo que la butaca le permite, pienso. A la cabeza me viene la imagen de una gacela sentada en una butaca, imitación de piel, mullida, hecha a su espalda, con una novela en la mano, la pezuña separando las páginas, y una boa constrictora enredándose en su cuerpo, asfixiándola. Tengo que concentrarme, olvidarme del libro y la gacela, esto no es hacer el amor ni es nada. 
Finalmente alcanzamos eso que llaman clímax, yo prefiero llamarlo orgasmo,  y mientras recompongo un poco la presencia, coloco los pantalones, me yergo en la butaca mullida para que se haga de nuevo a la espalda, me ato los botones de la camisa... mientras tanto, decía, ella recoge la ropa, se viste rápidamente, se despide con un beso de urgencia y una excusa: su marido estará a punto de llegar a casa. Y se marcha. Pero en vez de salir por la puerta que está a mi espalda, decide mejor desaparecer entre las páginas de la novela, que antes de lo que llaman clímax, y yo prefiero llamar orgasmo, dejé sobre el suelo, abierta por la página que estaba leyendo.
Quizá no hoy, pero seguramente mañana, acabaré con ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Guarrindungis.

Serrón