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martes, 21 de septiembre de 2010

Canción afgana

Hace unos días recibí un correo electrónico de mi amigo W.M. en el que me enviaba traducidas unas páginas del libro de Raimond Orwell "Afganistan: crying prayer", publicado recientemente por la editorial Recent Days Ltd. El propio texto invita a la reflexión antropológica, que tanto me interesa, sobre el origen de las leyendas. Dice así:

"Atravieso con Afmeg, mi guía, el camino que hace más de cien años recorrían mercaderes paupérrimos, aquellos que comerciaban de aldea en aldea y para los que la cercana Ruta de la Seda no era siquiera un sueño. Incluso ese mercadeo ha desaparecido en la depauperada Afganistán, desolada por décadas de años de guerras.
Hemos atravesado parte del Hindu Kush desde Pakistán y después caminado por el valle del río Kunar. Llegamos al caer la tarde al poblado de Do Bandi. Es un lugar tan aislado que nadie pensó que mereciera la pena gastar allí un solo proyectil, así que la última guerra apenas ha pasado como una sombra. Como una sombra proyectada con formas de pobreza, enfermedades y miedo. La aldea es una más de las miles que se desparraman sobre suelo afgano, a medio camino entre la destrucción y la inexistencia, un conjunto demacrado de ruinas del mismo color que el polvo que cubre todo el país. Sus habitantes nos observan sin mostrarse, escondidos como fantasmas tímidos. Afmeg se dirige, yo tras él, a una de aquellas viviendas pobres hasta el desaliento. Al hueco donde debería estar la puerta sale a recibirle Zameer. Sería difícil calcularle menos de setenta años si viviera en Europa, pero sé que tendrá no más de cincuenta. Está casado con dos mujeres, pero no vemos a ninguna de ellas. Son hermanas, me explica Afmeg, la mayor está enferma y la más joven, de dieciséis años, cuida de todos en la casa. En unos meses ella también dará un hijo a Zameer.
Nos sentamos en el suelo y tomamos te. Zameer cuenta cómo se vive en Do Bandi, cómo las sucesivas guerras han ido cambiándolo todo, el paso de los señores de la guerra, talibanes y tropas internacionales. Demasiados cambios políticos para un país donde la tierra se sigue trabajando con un palo cavador.
Después de horas la conversación languidece. El sol comienza a caer como un presagio. La situación se hace propicia para las historias de fantasmas. Entonces la nombra por primera vez: "Khalida". La habitación vacía hace eco como si las paredes fueran de mármol en vez de barro. Dice: Cuando Khalida nació la guerra aún no había llegado a Do Bandi. Siento que Afmeg cambia el semblante y le incomoda la propia traducción, pero no conozco la razón.
Cuando Khalida nació la guerra aún no había llegado a Do Bandi. Todavía nadie temía a los viajeros que aparecían por aquí, nadie se escondía aún de los extraños. Eso comenzaría tiempo después. En Do Bandi había jardines, la mezquita enorgullecía a Alá y había una escuela. Los niños jugaban en la calle. Khalida también. Jugaba y cantaba. Tenía una voz tan bella que los ángeles venían hasta aquí sólo para escucharla. Así, tan bello, cantaba. En los días sagrados toda la gente se reunía frente a la mezquita y ella endulzaba nuestros oídos con su canto. Su fama era tal que en ocasiones enviaban a buscarla señores de ciudades próximas para que cantara en sus palacios, cada vez desde ciudades más lejanas, cada vez señores con más poder. Siendo todavía una niña uno ellos la desposó. A nadie extraño porque dios, además de obsequiarle con su voz, quiso también que fuera bella. Así Khadila desapareció de nuestras vidas. Después la guerra se hizo omnipresente. El imán de Jalalabad, donde ella vivía, era un hombre piadoso y temeroso de Alá, y ordenaba los temas religiosos de la ciudad con mano de hierro. Khalida, como el resto de mujeres, apenas salía de su casa entonces, pero aun desde la calle se oía su canción. Así nos lo contó un viajero. Después llegó la fatwa que prohibió que se cantara y bailara. El imán decía que la música erraba a los fieles en el camino a Alá. Nadie supo más de Khadila hasta que un día apareció de nuevo en Do Bandi de la mano de un chico que trabajaba para su esposo. Ella caminaba tras él como una bestia inánime. No hablaba, su mirada no buscaba en su viejo pueblo, sólo adelantaba un pie al otro para no alejarse de su guía. El muchacho informó al padre de Khadila de que el marido la repudiaba porque no atendía a sus hijos ni su trabajo en el hogar, tampoco cumplía con su deber marital. Y acto seguido el muchacho volvió sobre sus pasos, dejando a la mujer junto a la casa de su padre. Durante un tiempo vivió de nuevo entre nosotros, pero sólo su cuerpo. Su alma se había marchado quién sabe a dónde. Su padre comentó que era un objeto más de la casa, aunque inútil. Era capaz de estar días enteros sin moverse, sentada, sin hablar, sin cerrar los ojos siquiera. Sólo en ocasiones parecía sonreír, su padre decía que sabía que entonces estaba cantando hacia dentro, y él la escuchaba entonar silencios. Meses después desapareció. Alguien vio como un amanecer de primavera caminaba hacia el sol, que hacía su aparición entre las montañas. Todos sabemos que buscaba un lugar donde poder cantar de nuevo. Hasta que acabó el verano vivió en alguna cueva cercana a las cumbres que nos rodean y los días de viento, que eran los más, éste traía flotando su cantar. Tan bello sonaba que las calles vivieron una nueva lozanía, los jardines brotaron verdes y las cerámicas de la mezquita recuperaron su fulgor. Pero todo acabó cuando el invierno llegó con su frío. Nadie podría sobrevivir en las cumbres heladas, y Khalida tampoco. Unos muyaidines la encontraron cantando cerca del valle y la degollaron allí mismo. Un vecino lo vio todo desde lejos y eso le salvo. Dice que cuando el cuchillo abrió la garganta unas notas podridas, fétidas, que se habían enquistado dentro de Khadila sonaron infernales. Todos los hombres que estaban a su alrededor cayeron muertos, sólo nuestro vecino sobrevivió porque estaba tan lejos que aquella canción mortal llegó a él tan solo como un rumor, e incluso así no ha vuelto a ser el mismo: muchos días camina solo, apenas habla con nadie. Creo que son remordimientos por no haber hecho nada, pero ¿qué podía hacer? Aun hoy el viento trae la canción del espíritu de Khalida que suena a veces bella, a veces horrible como el día en que la mataron.
Aquella historia concluyó nuestra conversación. Cenamos algo en silencio. Después Zameer apagó la lámpara de aceite y dormimos, cada cual como pudo. Zameer roncaba poco después, Afmeg pasó la noche intranquilo, moviéndose constantemente. Yo apenas pude dormir pensando en aquella historia triste como Afganistán, que me era familiar pese a ser la primera vez que estaba en Do Bandi, y eso me resultaba inquietante. En algún momento me tranquilizó pensar que debía existir una Khalida en cada pueblo del país, Khalidas que cataban, bailaban, estudiaban o escribían bellos poemas. 
En la mañana, siguiendo el camino que transcurre paralelo al Kunar, pregunté a Afmeg qué le había parecido aquella historia. Me dijo que la había escuchado muchas veces antes, que en Do Bandi todo el mundo la contaba a los viajeros, pero no dijo nada más hasta pasados veinte minutos. Entonces, sin que yo le preguntara me confesó:
"No es fábula, todo es real. Khalida existió y era tan bella y cantaba tan bien como dijo Zameer. Ella, seguro, escapó del pueblo una mañana de primavera. Sólo han inventado el final de la historia. Lo sé porque yo la esperé en las montañas y la ayudé a cruzar la frontera. Sé con seguridad que llegó a Islamabad. Allí un grupo de voluntarios europeos consiguieron un pasaporte de refugiado político para ella. Su hermana vive en Londres desde hace más de quince años. Es periodista. Khalida se reunió con ella y supongo que allá tratará de ser feliz".
Afmeg no habló nada más durante toda la mañana. Yo tampoco. No quise explicarle porque aquello me resultó cercano, parecía que toda esa historia le causaba dolor. Su hermana Faheema trabaja en el Evening Post, donde yo envío crónicas con cierta regularidad. Se puede decir que somos compañeros. En mi último regreso a Londres cené una noche en su casa. Faheema tenía muchas preguntas que hacerme sobre su país. Incluso conocí a Khalida que, por lo que yo sé, ahora canta para otros.

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