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lunes, 9 de agosto de 2010

Personajes Históricos III

El siete de octubre de mil ochocientos noventa y cuatro, a las cuatro y veinte de la tarde, con más de dos horas de retraso, el tren con destino a Pretoria es todavía esperado en la estación de Pietermaritzburg, capital administrativa de la Colonia de Natal, dependiente entonces de los ingleses, sin formar aun parte de Sudáfrica. La temperatura es alta, rondando los cuarenta grados, y la humedad alcanza casi el ochenta por ciento.
George Buller y Anthony Roberts esperan malhumorados y bañados en sudor la llegada del tren. El aire es irrespirable en la sala en que se encuentran, aun más ataviados con los
uniformes del ejército británico. Valoran la posibilidad de acercarse a un bar cercano y tomar una cerveza, sobre todo porque consideran que de nada sirve que estén en la estación. Pero las órdenes son tajantes: deben esperar la llegada del tren y pasar por la primera y segunda clases, reservadas a los blancos, y comprobar que no haya nada sospechoso. El ejército británico ha recibido información de movimientos conspiratorios por parte de boers que pueden, incluso, estar armándose por la zona, y el general Redvers Buller (tío del George Buller) no quiere arriesgarse a que la información sea cierta y no tomar precaución alguna.
Finalmente, haciendo valer las reservas de Buller, deciden no alejarse de la estación hasta que el tren no haya llegado. Poco después reciben, complacidos, noticia del jefe de estacion, Piet Cronje, de que el tren se acerca, y tardará menos de cinco minutos en hacer parada. A las cuatro horas y cuarenta y siete minutos de la tarde, según recoge el informe de los militares, el tren se detiene por fin en Pietermaritzburg.
Después de que el maquinista les informe de que el retraso se ha producido por haber parado el tren para retirar un rhus de casi diez metros de altura que ha caído atravesando la vía, y que además han tenido que tener especial cuidado al hacerlo, dado que el rhus tiene en su tronco y ramas pequeñas espinas que, dependiendo de la subespecie, pueden ser venenosas, deciden echar una ojeada en el interior del tren, valorando la escasa probabilidad de que un rhus semejante haya caído en la vía puesto que crecen en zonas húmedas, como lechos de los ríos, y únicamente ahí alcanzan ese tamaño.
Buller y Roberts entran al tren por la puerta del vagón situado inmediatamente por detrás de la máquina. Avanzan por los pasillos pidiendo, aleatoriamente, las documentaciones de algunos pasajeros, más que por la esperanza de encontrar algo entre los papeles, intentando observar alguna reacción sospechosa de cualquiera de ellos.
Acaban de examinar los vagones de primera, conectados entre sí, y al bajar para acceder a los de segunda se produce el siguiente incidente, recogido en parte en el periódico Natal Witness del ocho de octubre del mismo año, en la página siete, bajo el titular "Tensión en el andén", escrito por Linus Rowling, periodista aficionado a las frases grandilocuentes. El texto es todavía accesible en la hemeroteca municipal de Pietermaritzburg, en la sección de microfilmados.
Al bajar el Cabo Buller del vagón tropieza con un ciudadano que intenta acceder al tren en primera clase. Buller mira a aquel hombre pequeño, delgado, enjuto, con un fino bigote y un pañuelo en la cabeza que años después, durante su servicio en la India, reconocería como distintivo de la casta vaisia de comerciantes.
Buller mira con desprecio al hombre de origen hindú:
- ¿Dónde va?,- le pregunta, dando cierto énfasis al final de la frase.
- Subo al vagón,- contesta el hombre, en un tono tranquilo, sonriendo.
- ¿Me puede mostrar su billete?.
- Lo tengo adentro,- contesta el hombre.- Si usted me deja acceder al vagón, se lo mostraré.
Buller se extraña de que el hombre viniera en primera desde estaciones anteriores, y se aparta dejándolo pasar. Le sigue hasta el asiento, donde el hombre descuelga la chaqueta de una percha entre dos ventanas, y saca el pasaje del bolsillo, tendiéndoselo a continuación.
El inglés examina el pasaje y comprueba que efectivamente es de primera categoría, y no comprende cómo pueden habérselo vendido.
- ¿Puede dejarme su documentación?
El pequeño hombre, sin dejar de sonreír, le tiende un pasaporte donde Buller comprueba que procede de la India y se llama Mohandas Karamchand Ghandi.
- Señor Ghandi-, le dice,- no comprendo como le han vendido este pasaje pero usted no puede viajar aquí. Tanto la primera como la segunda clase son tan solo para blancos. Usted deberá hacerlo en tercera clase, que es donde viajan otras razas.
- Señor, discúlpeme, pero yo he adquirido este pasaje. Sin duda se tratará de un error, pero no pienso moverme de aquí-, dice el indio.
- Mira, maldito indio, vas a salir de este vagón por las buenas o por las malas- le dice Buller, en un tono bajo, acercándose a la cara del otro, pensando que así suena más amenazador.
- Señor, discúlpeme, pero yo he adquirido este pasaje. Sin duda se tratará de un error, pero no pienso moverme de aquí-, repite el hombre, sin borrar la sonrisa, lo que hace que Buller pierda las formas.
- Roberts, coge el equipaje de este hombre y sígueme-, grita, mientras agarra a Mohandas Karamchand Ghandi por el cuello de su camisa y le arrastra por el pasillo del vagón sin que el otro dé un solo paso o trate de defenderse.
Al llegar a la puerta del vagón lanza al hombre al suelo de la estación y dice a Roberts que lleve el equipaje a un vagón de tercera.
- Ahora camine hasta la tercera, o se quedará en un calabozo y su equipaje se irá sin usted.
- Señor, discúlpeme, pero yo he adquirido este pasaje. Sin duda se tratará de un error, pero no pienso moverme del vagón.
Buller agarra de nuevo al hombre por el brazo y lo arrastra a lo largo del andén, hasta que llega al primer vagón de tercera, donde lo lanza.
- Roberts, di al maquinista que se ponga en marcha-, dice sin moverse, esperando que el indio salga del vagón y trate de acceder de nuevo a primera. No sabe que aquel hombre había decidido no moverse de ahí.

El tren partió de la estación de Pietermaritzburg.
Buller y Roberts salieron al fin de la estación y se acercaron a una cantina a tomar su tan esperada cerveza. Roberts, al que había desagradado el incidente, dice a Bullets:
- ¿Cree que era necesario todo lo que ha ocurrido?
- ¿Qué ha ocurrido? Ese hombre no tenía derecho a viajar más que en tercera y punto.
- Pero, ¿y si presenta una queja?
- No se atreverá-, contestó Buller a Roberts.- Y si se atreviera, no creo que haya ocurrido nada que haga que caiga el Imperio.
Quedaron allí, Buller riendo su propio chiste.

Mientras tanto Ghandi hizo el resto del trayecto en tercera clase hasta la ciudad de Pretoria, donde acudiría a una reunión en la que se trató de la mejora de las condiciones de vida de los ciento cincuenta mil indios que trabajaban en Sudáfrica, primer paso de Ghandi en el activismo político.

4 comentarios:

MCH dijo...

Te superas, compañero.

Sibreve dijo...

Muchas gracias, don Mariano. Lo has leido antes de la corrección. Parece que lo publiqué sin querer. ¿¿¿Tecnologías??? ¡¡¡Tecnolosuyas!!!

MCH dijo...

He leído de nuevo el texto y lo que se me descuadra es la fecha del inicio del texto. Probablemente no estemos hablando del año 1984 ¿verdad?

Sibreve dijo...

Upssss!!! . Se ve que me traicionó el inconsciente, no sé si movido por George Orwell o por el gol de Maceda a Alemania. Sea lo uno o lo otro, ya está corregido.
Gracias, Mariano (iba a poner querido lector, en vez de mariano, pero me pareció un poquito cursi).