Si vienes sin mucho tiempo, permíteme que te recomiende:
Ni tanto y Autobiografías Son los que más me gustan.
Además hay una pequeña serie que me entretiene bastante: Relatos del General
Por último, te invito a seguir el juego, si quieres como un comentario, si quieres en otro lugar: Despertares
Varias personas me han comentado que sus preferidos son:
Ultimas voluntades y Personajes Históricos V que, por cierto, a medida que me alejo de éste último me va gustando más.
Y si has llegado hasta aquí buscando nanorrelatos sólo porque el nombre del blog es NANORRELATOS, te dejo aquí algunos reunidos: Nanorrelatos

lunes, 11 de marzo de 2013

UNO


La ciudad se congela a mis espaldas. Parece una exageración pero cuando el viento se toma un respiro, entre el sonido de las olas rompiendo, si aguzo el oído puedo escuchar el crepitar de algún paisano al que las carnes se le convierten en cristal.
No hay nadie más, quizá algún coche fantasma tras de mí, quizá alguna gaviota que desafía el temporal que vendrá. Un barco de pesca blanco, retrasado, navegando con la proa ligeramente levantada hacia el refugio del puerto. Pero nadie más. 
El viento mantiene el aire limpio y permite distinguir los picos de las montañas a decenas de kilómetros. Sopla fuerte, aúlla, mece las copas de los árboles y trae sonidos lejanos de algún objeto metálico que choca con otro de forma rítmica. Silva, canta, percusiona. La música tampoco es un invento del hombre. Ya estaba ahí.
El mar, embravecido, lucha consigo mismo, se provoca incontables heridas por las que mana una sangre de espuma blanca y, en la orilla, rompe en furibundas olas como si quisiera borrar la memoria de los bañistas que lo atestan en verano, como si se quisiera vengar.
La belleza sobrecoge, la naturaleza hizo bien su trabajo.
No así el hombre.
Las montañas están faldadas de bloques de hormigón y ladrillo, de piedra y cristal que parece que se hayan dejado caer de forma aleatoria, sin lógica ni sensibilidad. Naves industriales, almacenes, silos, viviendas. La pirámide de una discoteca lejana que se levantó con pretensiones faraónicas y se abandonó en poco tiempo. Un monolito perpetuamente iluminado en rojo para alumbrar el emblema del banco propietario de la masa de hormigón con forma de megalomaníaco refugio antiaéreo sobre el que se levanta. Puertos de cemento incrustados en la costa. Puentes de piedra y metal que dañan el paisaje como serpientes de mar. La escuela de vela encajada sobre un islote en mitad de la bahía… nadie pensó en lo absurdo que es levantar una escuela de vela en un lugar al que hay que llegar navegando. Quizá ese sea el problema, nadie piensa.
Y dominando el resto, como haciendo callar a las montañas, como enfrentándose en un gesto chulesco al mar, aislado y por encima de todo lo demás, el palacio que fue residencia de vacaciones de la familia real. Vedado a los ciudadanos y, qué paradoja, el orgullo de la ciudad. 
“Mi padre”, recuerdo a la abuela contándome tantas veces, “fue quien llevó la primera piedra. Como el alcalde de entonces era su primo y tu bisabuelo era boyero, fue el encargado de llevarla. Limpiamos los bueyes, que eran bien guapos y al carro hasta le sacamos brillo. A mi me mandaron a coger flores para decorarlo. Fue un día de celebración. Comí con mi madre y mis hermanos en El Sardinero, que entonces era todo campo, y después fuimos a ver cómo llegaba tu bisabuelo. Se había puesto el traje, que era el mismo con el que se casó. Había muchos señorones. ¡Hasta de Madrid vinieron! Y todos le aplaudían. Fíjate que la piedra casi la llevó hasta donde estaba la Reina, que era quien tenía que colocarla, que no era ella quien la colocaba, claro, pero se dice así. Qué guapo estaba mi padre…”
Qué inocencia la de mi abuela, sólo así se puede explicar tanta bondad. Mientras fui niño me hinchaba como un globo escuchándola. Era el bisnieto del hombre que llevó la primera piedra del palacio, la piedra que colocó una reina. Después no, después cuando me lo contaba la veía hermosa, arrugada, con los ojos brillantes como si volviera a estar allí. 
Cómo interrumpirla para decirle que todos aquellos señores aplaudían a la piedra, no a él.
Cómo decirle, abuela, con suerte tu padre era invisible para todos ellos. 
Cómo decirle, abuela, para esa gente tu padre era un buey más.