De la ceca a la meca.
De la ceca a la meca.
De la ceca a la meca.
De la ceca a la meca
Inicialmente disimulaban, pero cuando sus idas y venidas terminaron por producir el surco delator, decidieron aunar las dos instituciones.
Si vienes sin mucho tiempo, permíteme que te recomiende:
Ni tanto y Autobiografías Son los que más me gustan.
Además hay una pequeña serie que me entretiene bastante: Relatos del General
Por último, te invito a seguir el juego, si quieres como un comentario, si quieres en otro lugar: Despertares
Varias personas me han comentado que sus preferidos son:
Ultimas voluntades y Personajes Históricos V que, por cierto, a medida que me alejo de éste último me va gustando más.
Y si has llegado hasta aquí buscando nanorrelatos sólo porque el nombre del blog es NANORRELATOS, te dejo aquí algunos reunidos: Nanorrelatos
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viernes, 31 de agosto de 2012
lunes, 27 de agosto de 2012
Mar en calma
¿Así de negra será la muerte? No hay luz alguna cuando los ojos de
los demás se han apagado.
¿Será así de silenciosa? No escucho nada. Ni mi respiración
siquiera.
Mi madre lleva a Idrissa envuelta en una manta sobre el torso.
Avanzamos por un camino de tierra. Improvisa una canción efímera. Su voz es
dulce. Un susurro apenas. Calma el llanto hambriento de Idrissa. Mi hermana no
ha aprendido aún que de nada sirve llorar.
No lo aprenderá, no tendrá tiempo.
Yo quiero liberar mi mano asida y correr pese al cansancio, pese a
que el suelo reseco, cuarteado, me hiere la planta de los pies. Quiero. Mi
madre me lo impide. Sabe que el camino hasta la posta es largo y es mejor reservar
energía.
Me agarra fuerte.
Y canta a Idrissa.
Suave.
...Tanto silencio. ¿Me habré quedado solo en el mundo?
Grito, no pidiendo ayuda, no con la esperanza de que alguien
acuda. Grito para escuchar mi voz, para cerciorarme de que puedo seguir escuchando
algo.
Mi voz.
El abuelo se sienta a la puerta de la casa, en un taburete. Con
los pies remueve el suelo, mezcla de ceniza y tierra. Tiene la mirada perdida
lejos, muy lejos, en un lugar donde ni llegar se puede. Más allá del horizonte.
Más allá del cielo. Sus ojos anegados de negrura transparente, legañosos.
Le pregunto qué mira y me dice que a su mujer, a sus padres. Me
coloco a su lado, observo donde él observa pero no veo nada.
Me da miedo pensar que el abuelo pueda ver a los muertos. Él
sonríe, me pasa el brazo sobre los hombros.
- Pasará tiempo aún hasta
que puedas mirar hacia adentro.
La voz del abuelo es grave, profunda, cavernosa.
El abuelo es lento.
Frágil.
Anciano.
Su voz, poderosa como la noche.
La sensación de ingravidez inicial se va tornando en agotamiento. El cuerpo comienza a pesarme. Las olas arrastran algo que me golpea en la espalda.
Me giro pero no puedo verlo. Todo sigue tan oscuro.
No puedo.
No quiero tocarlo.
No puedo.
Peso tanto.
Peso.
Mi padre me despierta, me coge en brazos y salimos.
Camina alejándose del pueblo. La noche es clara y sólo el barro
delata la lluvia reciente. A nuestro alrededor todo es negro perfilado de luz
lechosa y parece que el mundo estuviera bajo el agua.
Mi padre camina rápido. Me cuesta seguir sus pasos. No habla. Yo
quiero preguntar dónde vamos, pero tampoco digo nada.
Poco antes de que comience a clarear mi padre se aparta del
camino. Me explica que ahora los animales callan y esperan que el sol aparezca.
Saben que no pueden vivir sin él y por eso aguardan con máximo respeto su
salida.
Y es cierto.
Tanto es el silencio que puedo escuchar el pensamiento de mi
padre. Oigo su pena pesada como el cobre. Me aprieto fuerte contra su cuerpo y
por un momento mi calor, el cielo de plata y el olor a tierra húmeda hacen
desaparecer la tristeza. Pero el olvido es ligero como una telaraña, y el dolor
lo atraviesa casi de inmediato.
- Confío en ti, ya eres un hombre-, me dice, y yo no entiendo.
En otro momento me hubiera sentido orgulloso, pero aquel día no me
reconforta su confianza.
El sol aparece en unos minutos.
El mundo se llena otra vez de sonido.
Volvemos de nuevo a casa.
Mi madre llora todo el día, e Idrissa, que apenas puede respirar,
que nunca habla, durante un momento canta.
Al día siguiente mi padre no está. No volveré a verlo.
Pam pam, pam pam, pam pam. Mi corazón late tan fuerte que parece el
sonido de un dejembé.
Pam pam, pam pam. Me hundo e intento luchar, pero ni bracear
puedo.
Pam pam. Mis pulmones tratan de tomar aire, pero se llenan de agua
salada y siento como si me desgarraran por dentro.
Pam pam, pam pam. Me convulsiono. El cuerpo me arde bajo el agua.
Pam pam. Una luz se abre camino en las aguas oscuras.
Pam, pam. Creo que lloro.
Pam. Todos me esperan.
Pam, pam, pam. Me siento traquilo, sosegado
Más que nunca. Pam.
Más que nunca. Pam.
Idrissa llora. Mi esposa le canta como a mi hermana muerta cantaba nuestra madre. Le susurra palabras de consuelo. Suave. Su canción alegre alimenta a nuestra hija. Pam. La sacia.
Pam.
lunes, 6 de agosto de 2012
La levedad del pasado.
Hubo días inadvertidos, días que permitimos que escaparan entre los dedos sin tratar de asirlos siquiera. Eran buenos tiempos, transcurrían casi inapreciables, de una felicidad sosegada.
Llegará un día (quizá no hoy, quizá no mañana, pero llegará un día) en que volverán a nuestra memoria. Nos los acercará una luz, un olor, un sonido y entonces intentaremos recuperarlos. Los reconoceremos entonces como los mejores días de nuestra vida.
Y a veces es imposible recuperar la memoria.
Llegará un día (quizá no hoy, quizá no mañana, pero llegará un día) en que volverán a nuestra memoria. Nos los acercará una luz, un olor, un sonido y entonces intentaremos recuperarlos. Los reconoceremos entonces como los mejores días de nuestra vida.
Y a veces es imposible recuperar la memoria.
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